miércoles, 17 de marzo de 2010

Norman Foster. Hiperactivo, genial, global

La arquitectura es memoria, espectáculo, identidad, ideología... Y en casos como el de Norman Foster, gloria y ambición. Es uno de los proyectistas más influyentes del mundo. El creador de una galaxia propia donde el talento se alió con el esfuerzo y el rigor. Capitanea un estudio de más de 1.000 profesionales, con una veintena de oficinas repartidas por el planeta, y tiene casi 300 obras en ciudades de los cinco continentes. Pero Foster and Partners, la nave nodriza de este emporio, situada en la orilla 'pobre' del Támesis, no es exactamente una industria del diseño, sino una de las marcas 'intelectuales' que ha alumbrado algunos de los caminos imprescindibles de la arquitectura de la segunda mitad del siglo XX y ahora traza algunas de las sendas de la nueva construcción de este milenio que empieza. Todo con Lord Foster en primera línea de fuego.

Dicen los que colaboran con él que es un fajador incansable, obsesivo, perfeccionista sin tregua. Supervisa cada una de sus obras, conoce de memoria hasta las medidas de las planchas de acero utilizadas en los acabados o revestimientos de algunos edificios, viaja en un Falcon 900 con el que va punteando el mundo. El 19 de mayo estaba en Madrid para asistir a la inauguración de la muestra del vibrante artista chino Ai Weiwei en la sede de Ivory Press (calle de Comandante Zorita, 48), editorial fundada por su mujer, Elena Ochoa Foster. El 20, por la mañana, puso rumbo a Londres para salir, por la tarde, en su avión privado hacia Nueva York.

Algunos de sus edificios forman parte de las obras maestras de la arquitectura de las últimas décadas. Y, de entre todos ellos, quizá es la sede del HSBC en Hong Kong el más aplaudido. Su arquitectura es sofisticada y liviana, delicada y rotunda. Apabullante. También poética en su concepción más íntima. Un buen ejemplo, casi a modo de detalle, es la elegancia de la torre de comunicaciones de Collserola, su primera intervención en España, realizada en 1991 con motivo de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Y de entre sus más ambiciosos proyectos por aquí, destacan las sedes del Tribunal Superior de Justicia de Madrid y de la Audiencia Provincial, dentro del 'perímetro' del Campus de la Justicia.

En 1999 recibió el galardón más rotundo de la arquitectura, el Premio Pritzker. Reconocimiento a 40 años de destellos constructivos. Una aventura vital y profesional que comenzó en un suburbio de Manchester, Levenshulme, donde nació en 1935. Los comienzos fueron difíciles, como estaba previsto para un chico adscrito a la clase social menos luminosa en un país de raíz clasista. Foster es un tipo manufacturado en la dificultad de una infancia humilde en la que pronto descubrió su pasión por proyectar y construir. Frank Lloyd Wright y Le Corbusier fueron sus referentes. Los 'ochomiles' del oficio a superar. El destino le había asignado más impedimentos que favores. Luchó para ir a la universidad. Trabajó en todo lo necesario para costearse los estudios: en un pub, de portero de discoteca, de panadero... Logró una beca para rematar la carrera en Yale (EEUU) y allí comenzó a forjar un ideario de extrema exigencia intelectual. «La calidad de nuestro entorno determina nuestra calidad de vida», suele decir como un mantra forjado a fuego.

Infatigable proceso mental

Fundó su primer estudio junto a su primera mujer, Wendy Cheesman, y con Richard Rogers de socio. Fue el comienzo de los comienzos para un creador que ha impulsado la profesión desde los procesos constructivos hasta las innovaciones tecnológicas. Todo el proceso está en su infatigable proceso mental. Desde el croquis a mano alzada en cualquier lugar, como una primera tentativa, hasta el último detalle en la entrega del encargo. Ha desarrollado una voz propia con la punta de la intuición apuntando siempre hacia adelante. Y ese lenguaje destaca, entre muchos aspectos, por la delicadeza de líneas, por el concepto total de cómo asume el oficio, por los diálogos impecables que establece con los espacios en los que actúa. Más o menos como sucede en esa bellísima obra que es el Viaducto de Millau (Francia), una línea blanca que subraya el horizonte.

La aventura de Norman Foster es la de alguien plenamente seguro de sí mismo. Un tipo que arriesga ideas, capaz de balancearse al borde de la quiebra si ese vértigo es imprescindible para sacar adelante un proyecto. Gasta un raro karma de hiperactivo dotado de unos nervios de acero. Inteligente. Reflexivo. Eléctrico. Curioso. Duerme cuatro horas al día. Pero mantiene la fuerza de un titán que viste de impecable (Prada, Armani, Gianfranco Ferré...).

Entre sus proyectos de mayor envergadura destacan las intervenciones en China con motivo de los Juegos Olímpicos de 2008. Y un nuevo rascacielos en Nueva York. Y una torre de 600 metros en Moscú. Y otros tres de medio kilómetro de altura en Shenzhen, Shanghai y Suzhou. De algún modo viene a advertir que el futuro será vertical. Y necesariamente ecológico. Esa conciencia apuntala muchos de sus últimos proyectos. No es un patrón, sino una conducta asimilada por quien estudia la forma que tenemos de estar en el mundo. La crisis, de momento, no parece dañar la línea de flotación de Foster and Partners. El capitán no se detiene. «Estoy siempre donde me necesitan. Me gusta supervisar todo el proceso constructivo de nuestras obras», afirma. Un día en Madrid, otro en Londres, a la mañana siguiente en Nueva York. Es el arquitecto global. Siempre con una libreta a mano, dibujando, porque cuando la mano actúa en libertad suele dar con líneas sueltas, perfiles inesperados que encierran a veces una idea futura, una solución. Y no hay tiempo que perder. El futuro, en las iluminaciones de Norman Foster, es un acontecimiento que ya sucedió anteayer.

por ANTONIO LUCAS
Via: elmundo.es

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